lunes, 28 de enero de 2013

el sueño esquivo


Hace poco se cumplieron tres años de mi ACV (accidente cerebro vascular) y no reparé mucho en ello. Pensé que había sido un 29 de Noviembre, pero mi madre me dijo que fue un 24. Aunque sí medité mucho en las etapas bien marcadas de mi capacidad para coger sueño. Al estar todo el día recostado, al menos en la primera época, era cuestión de tiempo  para que mi organismo respondiera de algún modo y se me volviera harto complicado el hallar sueño.  Durante los 18 días que convalecí en el hospital casi estuve "dopado" -¡no me denuncien!-, dormía más o menos bien. Pero luego, de pronto, me dieron de alta: "lléveselo mejor señora -le dijeron a mi madre- no vaya a contagiarse de algo aquí".               

Ya en casa tocaba enfrentar las noches. Eran sueños muy irregulares: noches malas y otras muy malas. Repentinamente despertaba como un búho "en medio de la unánime noche", algo sobresaltado, con un miedo vago, incierto;  después me costaba mucho conciliar de nuevo el sueño o sencillamente no dormía, solo me faltaba decir: ¡ buuuuh buuuuh ! Por las mañanas despertaba de muy mal humor, sin apetito y con una interminable sensación de zombie. Me molestaba mucho la luz. Llegué a ansiar la noche y el momento de dormir para olvidar todo.

Luego vino una etapa en la que ya tarde por la noche mientras veía alguna película me decía: "cierra los ojos durante los comerciales, así descansas la vista". Lo hacía, total, muchos comerciales son una invitación al bostezo, pero luego ¡ ya no volvía a abrirlos hasta el día siguiente !, "ni tiempo tenía de decirme: ya me duermo". He tratado hasta donde ha sido posible minimizar la ingesta de medicamentos relacionados a somníferos, pero algunos relajantes  musculares por prescripción médica  eran muy buenos y, de paso, ayudaban al buen dormir.


Otra etapa, "quizás" divertida, a la que me gusta llamar: el síndrome Molly Bloom, me ocurría -aún hoy- las noches previas a algunas visitas. Es curioso y, hasta cierto punto, tenebroso el rumbo que pueden tomar nuestros pensamientos a la deriva -el duermevela: entre la vigilia y el sueño- mientras se busca el dormir. Cuando creía dormirme ya algún díscolo pensamiento surgía como un riachuelo, luego su corriente crecía y, más tarde, se abría en un delta incontenible. Me hallaba yo al garete plácidamente hilvanando imágenes, rostros, libros, canciones, voces y, éstos, me impulsaban a otros y otros. Había momentos en los que tomaba conciencia y trataba de dormir, pero nuevamente se iniciaba ese fluir inconsciente y me llevaba muy lejos. Muchos de esos pensamientos me hacían mucha gracia; otros, no. Pero eran tan fugaces, funcionaban como acicate para empalmar con otros sucesos tanto actuales como antiguos. Cuando por fin lograba dormirme volvía a iniciar el ciclo... ¡He sido Molly Bloom!


1 comentario:

  1. Excelente tu comparaciòn con ese famoso personaje de Joyce. Sin embargo, me encantò tu prosa, tu sensibilidad y esa pasiòn y humor como nos cuentas. Un gran abrazo, Josè.

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