lunes, 4 de febrero de 2013

El abuelo Félix


Todos guardamos imágenes  que, de niños, en su momento, nos dejaban clavados en el piso muy asustados o avergonzados. Para mí  una de esas imágenes es sin duda la del abuelo Félix (segundo esposo de mi abuela). Él era casi un "extraño"; desde que empecé a tener uso de razón apenas si parecía una sombra casi al acecho, distante y malhumorado: regordete como Lou Costello, con un corte de cabello a lo Pedro Picapiedra y con un caminar de una incierta carga siniestra. Apenas yo creía oír sus pasos o notaba, con el rabillo del ojo, su rolliza figura el miedo hacía que me agazapara en mi mismo y sin alzar la mirada decía como autómata: "buenas tardes Don Félix". No recuerdo si llegara alguna vez a responderme. Yo permanecía congelado mientras duraba su presencia, todo alrededor continuaba su ritmo, menos yo.
Dos son los momentos que más me vienen a la memoria en los cuales lo vi muy molesto: una tarde se me ocurrió treparme por un muro a medio terminar en el callejoncito que daba a la calle y mirar hacia afuera, era una altura de casi 2 metros -era travieso después de todo-. Para mi mala suerte el abuelo Félix llegaba justo en ese momento y me vio.  Aterrado intenté bajar lo más rápido que pude, pero él abrió la puerta y con su mirada me atrapó a mitad de camino: sus ojos estaban rojos de furia mientra algo mascullaba entre dientes (nunca logré entender lo que decía). Una segunda ocasión fue en la sala de mi abuelita: veía la televisión cuando se me antojó salir a buscar algo a mi cuarto. Al regresar me provocó entrar a la sala corriendo con los brazos extendidos a manera de avión,  hice casi una vuelta hasta que me encontré con la mirada encendida del abuelo Félix que ya había llegado del trabajo. Solo atiné a sentarme muy asustado y avergonzado con las orejas ardiéndome.
Transcurrieron más de 20 años para verlo de nuevo. Entre el 2001 y el 2002 lo vi cinco veces y tuve la gran oportunidad de tratarlo. Recordé su andar, su voz, el mismo corte de pelo, pero lo que me sorprendió fue el descubrir a un hombre sencillo, pausado e interesante, con una gran capacidad para conversar y hacerse oír que lo hacían encantador. Todo eso más un saludable sentido común me hicieron complicado el contrastarlo con la imagen tosca que guardaba de él. Una de aquellas veces, al despedirme, le dije en voz baja: "chau abuelo gruñón", y él apenas  si se inmutó: "Pero si yo no soy gruñón" reclamó. No solo no pareció molesto sino que hasta pareció divertido. El abuelo Félix ha fallecido hace unos días y, en medio de el pesar y los recuerdos, me vino a la memoria algo que me dijo una noche aquella última vez hace diez años  y que nuevamente me dejó clavado en el piso en medio de su sala allá en mi viejo barrio de Comas: yo me despedía y él me miró serio y fijamente desde su silla al otro extremo de su mesa: "Tú eres bueno", me dijo.

3 comentarios:

  1. Tu historia nos ilustra còmo juzgamos a las personas sin conocerlas. Quizàs si hubieras abandonado el miedo inicial a su imponenpre presencia, hoy estarìamos leyendo una historia con muchas màs anecdòtas. Sin embargo, lo que has escrito es memorable porque has descrito al niño tìmido que al crecer descubre que el abuelo es màs bueno que èl.

    ResponderEliminar
  2. Siendo niño era complicado entender las razones para su actitud, hoy las comprendo, me sentí muy halagado con lo que me dijo y días después compartimos unos tamales en mi casa junto con mi mamá.

    ResponderEliminar
  3. Con esos tamales inolvidables...jeeje

    ResponderEliminar