Clásico transporte público de los 70's y los 80's |
Curiosa y reveladora fotografía de este
viejo ómnibus de transporte público. No contrasta con los recuerdos que aún guardo de él en mis días
de estudiante universitario: siempre arrojando tenebrosas fumarolas, deambulando a diario entre las calles
como un tétrico buque fantasma y siempre llevando consigo, cual personaje de Gabo,
un ámbito propio: uno desdichado. No importaba la época del año, siempre lucía
destartalado, con las lunas de las ventanillas traseras tiznadas de monóxido, mientras que el resto de lunas, impregnadas de smog, siempre lucían
impenetrables a la vista. Sus motores traseros rugían como una bestia agonizante (su tubo de
escape, a modo de chimenea a un lado de su parte trasera, emanaba una malsana
y ennegrecida humareda), pero eran lo suficientemente enérgicos para empujar
ese grisáceo armatoste hacia destinos que nunca conocí.
Sin
duda viajé en este tipo de ómnibus siendo un niño -habían buses rojos, verdes,
azules y negros-, aunque mis recuerdos son vagos. Al estar acompañado de mi
madre y no tener, este, el aspecto mortecino y lastimoso de sus últimos años
quizás hicieron que fueran un transporte público más para un infante como yo. Cuando reparé en él por primera vez luego de muchísimos
años lo miré con algo de fascinación, pensé: “¿Dónde estuvo esto?”. Tuvieron un
final lamentable, pues terminaron con dos o tres penosas y errantes unidades
por algunas calles de la Lima de finales de los noventas e inicios del nuevo
siglo.
De
pronto me percataba de él justo en el momento que se detenía en una calle,
abría sus puertas, con alguna brusquedad, -jamás vi subir ni bajar a nadie- y
parecía invitar en vano a los transeúntes. Las personas en los paraderos ignoraban
su miserable y hermética presencia, pero luego cerraba sus puertas y partía dejando su
venenoso rastro humeante en el aire y el apagado y lastimero gemido de sus
motores. “El único lugar al que puede llevar un vehículo así es al cementerio”,
pensaba. Simplemente era una aparición salida de aquella vieja serie de terror:
“Un paso al más allá”.
"El submarino" o "la veintifumo" |
Pero
era, a pesar de su aspecto calamitoso y atemorizante, un transporte quijotesco -“el ómnibus de la
tristísima figura”- y atento con las reglas de tránsito: hasta donde recuerdo
se detenía en las esquinas ante los cambios de luz del semáforo, no tenía un
claxon estrepitoso, ni un vulgar cobrador
colgado de la puerta. Nadie parecía advertir su pausado y sigiloso deslizar Sus
puertas se abrían al detenerse y se cerraban antes de partir a su incierto
destino. Todo en él semejaba a un caballero antiguo con un pasado atroz y, caído
en desgracia, condenado a vagabundear por la vida sin siquiera recibir la
misericordia de nadie.
Herméticos y sucios autobuses chimenea |
Alguna
vez tomé la decisión, al verlo doblar una esquina, y si tenía la oportunidad, de
subir y deslizarme con él hacia esa ruta misteriosa. Fue el verano del 2001 cuando lo vi detenerse
en la avenida Brasil. Abrió sus puertas a solo unos pasos de mí. La tarde
luminosa no lograba aplacar el lastimero aspecto del ómnibus. Sus puertas
abiertas dejaron sentir su aliento, un embriagante olor a petróleo. Intenté ver al chofer a
través de las grandes lunas, pero apenas pude vislumbrar una silueta siniestra al volante, de los pasajeros…ni hablar. Me mantuve expectante a la espera de
que alguien subiera y luego lo haría yo. Pero nadie lo hizo, el ómnibus de la
tristísima figura cerró sus puertas y partió con parsimonia. Su carcasa
metálica y vibrante se deslizó a solo centímetros de mí.
Contaminante, ruidoso y viejo autobús limeño. |
Aún se
detuvo, por breves instantes, unos metros adelante. Luego apresuró sus
ruidosos motores. Por entre las sucias rejillas traseras y por su chimenea, a
modo de tubo de escape, vi las lúgubres
humaredas escapando abundantemente. Como un buque derrotado se alejó hacia el
horizonte veraniego de la Avenida Brasil. Yo permanecí de pie contemplándolo
como el resignado Ben Joyce al navío “Duncan” en el final del cuento de Julio Verne: Los hijos del
Capitán Grant, para no volverlo a ver nunca más.
Un homenaje: el viejo ómnibus chimenea es algo en el camino...
Un homenaje: el viejo ómnibus chimenea es algo en el camino...
José tu crónica me traslada a esos años en que yo también me sorprendía al ver esos autos, eran enormes y a la vez tan viejos, pero a diferencia tuya yo sí los usaba porque era el único que me lleva a la av sucre, donde el dr Omote desde San Marcos. Sabes, José, tu crónica me muestra cómo admiras algo que tal vez no sea digno de admirarse, pero esos omnibuses eran singulares y únicos y tú los has descrito a la perfección pese a nunca conociste esos destinos finales, pero pese a eso me gusta esta frase---en realidad hay muchas frases que me gustan--: “el ómnibus de la tristísima figura.....El único lugar al que puede llevar un vehículo así es al cementerio”. Felicitaciones querido amigo.
ResponderEliminarTuve algunas oportunidades de viajar en él, pero a último momento surgía una duda -o era el temor- de aventurarme en esos destinos. Ahora me arrepiento, aunque me dicen que aún hay alguno circulando por ahí..La imagen del video si fue una fortuna encontrarla.
EliminarNo tengo la menor idea de lo que hablas, buses que abren sus puertas y a los que nadie sube y de los que nunca nadie baja, eso no ocurre ni en Macondo, pero me gustó tu ritmo para el relato. En la primera fotografía llegué a leer Rímac, Parada, Carretera Central, pero esos buses, no puedo creer que alguna vez recorrieran Lima.
ResponderEliminarKurt siempre grande, tienes buen gusto. Publica pronto.
Aseguro sin ninguna duda que las últimas veces que lo vi jamás noté que nadie subiera a ellos, por eso lo de fantasma, la impresión que tuve es que nadie parecía notar su presencia; y como canta Cobain: ese bus solo era algo en el camino.Saludos Princesa.
Eliminar¡Excelente descripción e interpretación! Recuerdo haber tomado ese bus cuando era niña. El humo que emanaba me provocaba tanta náusea que llegaron a pensar que estaba mal del hígado, pero no... ¿es que acaso nadie se percataba de ese olor petrolesco? Rosa G.
ResponderEliminarMis recuerdos viajando de niño en esta chimenea rodante están en penumbras, pero lo de la sensación de sueño no. Eran épocas en las que la toma de conciencia frente a la contaminación estaba aún lejos, lo del olor a petróleo era lo de menos -el interior era limpiado con eso- al interior del bus se fugaba monóxido, el cual no huele, pero puede adormilarte hasta siempre, peligroso eso la verdad, saludos RK
Eliminar