"¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales". Eduardo Galeano.
Un homenaje al fútbol arte.
Sí, pues, cuando era pequeño ¡nunca me
gustó el fútbol! Me recuerdo viendo como otros niños, en el
jardín de infancia o en el parque, corrían atropelladamente lanzando puntapiés
unos contra otros tras una pelota. Simplemente no me veía en medio de ese
tumulto. Como decía Fontanarrosa: "Tengo dos problemas para jugar el fútbol. Uno es la pierna izquierda. El otro es la pierna derecha" ¡Bah! Luego, en la sala de mi abuelita, veía a todos expectantes frente al televisor
observando los partidos del mundial Argentina 78, pero yo me aburría hasta el borde de la muerte, solo quería ver dibujos animados. No tenía otra que masticar
mi mal humor. Lo más bochornoso ocurrió el día que una escuela jardín invitó
al mío a jugar un partido de fútbol. Hasta allá fuimos una mañana fría y nublada.
Yo, muy pudoroso, con un short azul enorme, camiseta y medias blancas
a las cuales estiraba todo lo posible
para cubrir mis piernecitas. Esa fue una de las dos únicas ocasiones en que he vestido
como deportista ¡en toda mi vida! Nunca me agradó ser el centro de atracción,
pero ahí estaba yo en medio del patio inmenso rodeado de gente, vestido con lo
que siempre he odiado: ¡un short!
Como era
de esperar todos los pilluelos pugnaban por patear el balón, menos yo que,
parado a un lado de la canchita, veía la peloteadera. Pero el destino siempre
tiene preparado momentos impensados para aquel que no los espera. De pronto del
tumulto pelotero sale un rebote y la enorme y vieja pelota de cuero con cocos
viene dando botecitos a mis pies. Me hallé a tiro de contragolpe, con el
corazón desbocado y las orejas encendidas. Por un brevísimo segundo me llené de
pelota, sentía todos los ojos puestos en mí, oí aumentar el grito de los padres.
Entonces vi el tumulto acercándose, miré hacia la gente y creí escuchar que
gritaban: ¡Corre! ¡Corre! Corrí, pues. Yo era un Messi cruzando la cancha, un
Ronaldihno sorteando piernas, un Ronaldo (el fenómeno) llevando pelota, un Romario colocando la redonda al segundo palo… ¡GOL! El fuego de la euforia estaba a punto de
incendiarme cuando, al voltear, no percibí un ambiente festivo, ninguno de mis
compañeritos me abrazaba como en la televisión. Me sentí confundido hasta que
el árbitro me dio unas palmaditas en la cabeza y me dijo en tono bonachón algo como: “Debes
correr hacia el otro lado”.
Arthur Antunes Coimbra, Zico: "el Pelé blanco" |
A mí
empezó a gustarme el fútbol leyendo sobre él antes que verlo o jugarlo. Poco
antes del mundial de España’ 82 llegó a mis manos una revista de actualidad
dentro de la cual había un especial: La historia de los Mundiales. Fue una gran
aventura de lector descubrir que el primer organizador de un Mundial y el primer
campeón mundial de futbol fue Uruguay. A través del famoso cronista deportivo
uruguayo Luis Alfredo Sciutto, “Diego Lucero”, leí sobre la mítica “garra charrúa”,
el famoso “catenaccio italiano”, la tragedia del Maracanazo, Ferenc Puskas y su
ballet magyar, el surgimiento de Pelé y Brasil con sus tres campeonatos mundiales,
Johan Cruyff y la máquina naranja, Alemania y sus dos títulos mundiales
conseguidos frente a dos de las tres más grandes selecciones de todos los
tiempos: Hungría y Holanda; la Argentina de Menoti y su goleador-arquero "el matador" Mario
Alberto Kempes, Cubillas y sus 10 goles mundialistas. Todo esto fue un genial preámbulo
para el acontecimiento de la época: El Brasil de Telé Santana. Rapidamente
quedó atrás la decepción por la eliminación de Perú al ver los goles, las
jugadas y el fútbol alegre y festivo de esta notable selección Brasileña. Oscar
Everardi, Junior, Tonihno Cerezo, Paulo Roberto Falcao, Sócrates, Eder, fueron
nombres rutilantes que se quedaron grabados en mi memoria infantil. Y, por
supuesto, Arthur Antunes Coimbra, el genial 10: Zico, “el Pelé blanco”. Brasil
fue la primera selección a la que vi jugar y la primera que me enseñó lo que
era el fútbol real.
Recordada squadra azurra del 82, dirigida por Enzo Bearzot |
Con la
fascinación por el fútbol inoculada y mi fervorosa devoción por el Brasil de Zico y
compañía en todo lo alto, llegó el 5 de julio de 1982 con el partido
definitorio para el pase a las semifinales entre Brasil e Italia. En el
transcurso de la mañana, en el colegio, un rumor llegó a mis oídos, pero me
resistí a creerlo. No lo aceptaría (aún hoy) hasta verlo por la noche en las noticias.
Una inquietud creciente se apoderó de mí, nadie pareció notar mi impaciencia
mientras tristes pensamientos minaban mi ánimo. La noche llegó con las noticias
deportivas: Paolo Rossi había anotado tres veces -su número 20 se hizo famoso-,
los azurri aplicaron el famoso catenaccio, del que tanto había leído, y habían
derrotado al fútbol arte de los cariocas. Verlos irse del campo de juego
eliminados fue muy triste, el desencanto me duró días. Odié a Rossi y a la
squadra azurra, no quería oír comentarios de alabanza hacia Italia, ni críticas
a Brasil, todo fue una profunda desazón. Si ese Brasil hubiese contado con
Romario como delantero habría llegado a la final. (hubiera sido de ensueño una final entre la Francia de Platini y el Brasil de Zico).
"El bambino de oro": Paolo Rossi, un 20 goleador |
Los
mundiales no fueron lo mismo luego de España 82 y México 86, se dio paso a lo
físico y a la férrea estrategia -reina el resultado y lo económico- dejando sin espacio a la inspiración y el arte,
aunque cada cuatro años se renueva la expectativa por descubrir una gran
selección y ver partidos memorables que se conviertan en míticos en la historia
de los mundiales. Porque como afirmaba el flaco César Luis Menoti: “El fútbol es
un hermoso pretexto para ser feliz”.